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La pérdida del trabajo, la empatía y el impacto en una sociedad

El cese de 29 y 30 contratos laborales en las Fábricas Militares de Río Tercero y Villa María, respectivamente, generaron inmediatamente una reacción en las redes sociales. Algunos, la mayoría, se solidarizó con los trabajadores. Otros, no lo hicieron. Debe considerarse, además, que no se trata de un impacto emocional y económico solo en quien pierde su trabajo, además de su entorno afectivo, sino en las sociedades en donde residen

La pérdida, de uno, dos o más puestos laborales, no solo es algo que afecta económicamente y emocionalmente a quien padece esa situación y su familia. La sociedad en la que reside, es también la perjudicada.

Algunos lo comprenden de esa manera. Otros, no lo hacen.

La empatía. Es definida como la capacidad que una persona tiene de sentir aquello que otro siente y, por lo tanto, compartir su sufrimiento. Puede ser relacionada con la compasión, el compañerismo y la entrega por el otro.

Proviene del griego, empatheia, que significa, de alguna manera, la unión emotiva por el que sufre. El interrogante es: ¿qué grado de empatía tenemos los argentinos?

¿Existió empatía cuando fueron despedidos 24 operarios de Atanor, o los trabajadores de Complex, solo por citar los casos más recientes de Río Tercero?

¿Existió esa empatía ante los miles de despidos que se produjeron en empresas nacionales y multinacionales, en los últimos tiempos, en diferentes lugares del país?

La denominada «grieta», que otrora se conocía con otros nombres, pero esta en particular, hizo lo suyo: destrozó a la empatía social, haciendo que se cumpliera fielmente lo escrito por Jorge Luis Borges: «no nos une el amor, sino el espanto». Hablaba en aquel poema de Buenos Aires. Hoy bien podría trasladarse al país.

Las frases en las redes sociales u opiniones al pie de las notas en los medios digitales, desnudaron un costado del ser humano, ubicado a años luz de la empatía.

Frente a los despidos de personas en organismos del Estado, miles sostuvieron (lo continúan haciendo muchos) que era «necesaria» esa medida, calificando a quienes perdían sus trabajos, con contrato o de planta permanente, como «ñoquis» o «vagos», sin conocer, seguramente, ni siquiera de quienes estaban hablando.

Los eufemismos, además, estuvieron (y están) al orden del día. El «sinceramiento» económico, reemplaza al término «despidos», cuando se alude al sector privado.

Durante años, en el gobierno anterior, debe recordarse, existió un reclamo por el pase a planta permanente de los contratados en el Estado, algo que no sucedió, colocándolos en una situación de precariedad laboral y vulnerabilidad.

En la actual gestión, se produjo en el caso de la Dirección General de Fabricaciones Militares, una disminución en la producción de sus plantas, con despidos anunciados y ahora concretados. La Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), viene denunciando un «vaciamiento de las industrias».

Un gráfico, al que obtuvo acceso este medio, sobre la facturación de la División de Producción Mecánica de la Fábrica Militar Río Tercero, sector que en los 90 había quedado prácticamente paralizado, revitalizándose luego, muestra que en 2011 llegó casi a los 23 millones de pesos; en 2012, ascendió a los 47 millones; en 2013, descendió a los 39,7 millones; en 2014, mostró un marcado ascenso, llegando a los 75 millones; en 2015, fue de 71.8, con un abrupto descenso en 2016, cuando se facturaron 9.6 millones; y en 2017, unos 10.5 millones de pesos.

Se anticipaba que la no renovación de contratos laborales era casi un hecho. Es más, el interventor de la DGFM, Luis Riva, se lo había anticipado, aunque sin precisiones, a los representantes gremiales en Buenos Aires.

Eso comenzó a ejecutarse el pasado viernes, con notificaciones telefónicas a los trabajadores, informándoles que no serían renovados sus contratos.

En Río Tercero, como está señalado, fueron 29 los afectados por esa medida, mientras que en Villa María fueron 30. En ambos casos se vivieron (se viven), horas de angustia. Hubo asambleas de ATE en ambas ciudades.

En Villa María, en una marcha realizada esa misma tarde, fueron retratados los rostros desencajados de quienes habían perdido su fuente laboral. Algunos de los trabajadores rompieron en llanto. Esas fotografías (una de ellas acompaña esta columna) quedaron reflejadas en una galería de imágenes publicada en el diario La Voz del Interior.

En Río Tercero, con un reclamo convocado para este lunes, la situación no fue diferente el viernes. Muchos de los contratados se esperanzaban en no recibir el llamado que les indicara que se quedaban sin su trabajo.

En las redes sociales, en tanto, podían leerse frases como «mi padre entró a casa llorando, diciendo que estaban echando a gente de la fábrica». Otra: «Es un día triste», escribió una mujer. «¿Que pasó mamita?», le preguntó alguien. «Me enteré que me quedé sin trabajo hoy», respondió.

Muchos se mostraron dolidos y solidarios. Otros, no lo hicieron. En los medios provinciales, y redes sociales, nuevamente la discusión ingresó en la famosa «grieta», más que en el drama por la pérdida de fuentes laborales.

Esa «grieta», ya citada, no solo fue creada por dirigentes, sino también por algunos «periodistas» y grandes medios. La abrieron en su momento, operando más que informando o analizando.

Actualmente muchos, la mayoría de esos comunicadores, declaman que esa «grieta» necesita cerrarse. Paradójico y perverso.

Al pie de otra nota, también del diario La Voz del Interior, podían leerse, por ejemplo, algunas de esas opiniones. «Ñoquis de La Cámpora nombrados en el último año antes de partir», escribió alguien, sin conocer que la mayoría de los contratos laborales vienen de años, no solo de 2015. «¡Cuántos de éstos han votado a Macri y su pandilla!», opinó otro lector. Y si así hubiera sido, ¿es para festejar que una persona pierda su trabajo?

La empatía, bien, muchas gracias, pero demasiado lejos de esta realidad.

La economía. Cuando hay trabajo, las comunidades se nutren del movimiento económico que genera a través del consumo interno, tanto sea en el comercio como en los servicios. Cuando se produce la pérdida de puestos laborales, y ese dinero deja de ingresar al circuito económico, la situación se invierte, y más aún en ciudades como por ejemplo Río Tercero, que se nutre de sus industrias.

La pérdida de puestos laborales en los últimos meses, solo por citar algunos ejemplos, en Río Tercero, como los despidos en Complex (por su quiebra); los 24 cesanteados en Atanor, a lo que sumaron puestos jerárquicos luego, y ahora los 29 trabajadores de la Fábrica Militar que fueron notificados sobre el cese de sus contratos laborales, es una pésima noticia para la ciudad.

No lo es solo por lo que respecta a lo económico, sino por lo que esto genera emocionalmente en muchas familias y en una parte de la sociedad.

Pierde el comerciante, que deja de vender, colocándose en riesgo no solo su propio emprendimiento, sino, además, el trabajo de sus empleados. Pierde quien presta servicios. Pierde la comunidad.

La historia. En Río Tercero, no es nuevo el impacto que esto genera. Sucedió entre finales de los ’80 y los ’90. Una de las empresas que sufrió aquello fue precisamente la estatal Fábrica Militar. La industria madre de la comunidad, de dos mil agentes que tenía en sus mejores épocas, pasó a 196 trabajadores en 2001.

Las otras grandes industrias, Atanor y Petroquímica, con formato de Sociedades Anónimas Mixtas, fueron privatizadas durante el gobierno de Carlos Menem.

En 1995, en un cuadro de falta de presupuesto, se produjo la voladura de la planta de carga y de los depósitos que contenían miles de proyectiles de guerra, hecho que determinó años después  la Justicia como «intencional».

La División de Producción Mecánica de la planta, estaba prácticamente desmantelada. El Policlínico, un centro de salud modelo, había sido cerrado y abandonado. La Escuela de Aprendices, ya no formaba a los futuros trabajadores.

En 1996, bajo la denominada «Reconversión Laboral», fueron despedidos 424 operarios. La ciudad percibió el impacto. Muchos  se convertirían en cuentapropistas. El mercado laboral privado no podía absorber esa mano de obra.

Atrás habían quedado los tiempos, en donde la ciudad se había caracterizado por sus oportunidades laborales. Era famosa aquella frase, pronunciada casi con certeza: «Pedías trabajo un día y al siguiente te llamaban».

Muchas familias, por ese motivo, llegaron y se asentaron en Río Tercero. Puede que los nietos y bisnietos de quienes encontraron en la comunidad aquella realidad, hoy están sufriendo otra realidad, muy diferente.

Hay que señalarlo: los últimos trabajadores despedidos en los ’90, los 424, reclamarían con el gremio casi en soledad. La mayoría de la sociedad había sido convencida de que el achicamiento estatal era necesario.

Otras industrias, como la Fábrica Militar de Villa María, sentirían el impacto de aquellas políticas que demonizaban a todo lo que fuera estatal. La Fábrica Militar de San Francisco, en tanto, era privatizada.

Desde 2003, en Río Tercero, la planta de División Mecánica de la industria estatal, como está señalado, comenzaría a ser reactivada. La industria, lejos estaría de llegar a sus mejores épocas, en cuanto a la generación de empleo, pero de menos de 200 operarios en 2001, pasaría a tener más de 600, aunque la mayoría bajo la modalidad del contrato laboral, como sucede en muchos estamentos del Estado.

Ya está expresado como evolucionó ese sector de la industria en cuanto a su facturación y como declinó ahora. No es un invento de quien escribe. Es un dato objetivo.

También lo es un cuadro comparativo proporcionado a este medio por el concejal riotercerense,  Alejandro Schwander. Del presupuesto nacional de 2017, unos 2.5 billones de pesos, 2.5 mil millones se destinaron al  complejo de Fabricaciones Militares de todo el país. Representa menos del 0.1 por ciento del total.

El monto en sueldos, sea para planta permanente o contratados de Fabricaciones Militares, del total de salarios estatales en la Argentina, representa el 0,33 por ciento.

El primer interrogante: ¿Justifica ese monto que se despida a personal, afectando no solo al mismo, sino a la sociedad en la que viven esos trabajadores?

Es interesante recordar el déficit de Fabricaciones Militares. Se estimaba en unos 600 millones de pesos, un 0.39 por ciento del déficit total del país que ascendía, al momento de recabar esos datos, a los 151 mil millones de pesos.

En su momento, en el área mecánica de Río Tercero, se estaban produciendo plataformas para radares y también los arcos para las minas de Río Turbio. Esos elementos ya no se elaboran en la planta estatal.

Finalmente. Nadie, o por lo menos, una parte de la sociedad, puede evitar conmoverse ante las lágrimas o el estupor de quien pierde su trabajo. Ahora fue en las Fábricas Militares. Hace algunos meses, sucedió en Atanor. Más atrás, en Complex. Y en 2014, en la multinacional Weatherford, que también despedía a personal.

Tampoco nadie puede estar ajeno a otra realidad: los despidos en cascada inciden en quienes aún preservan sus trabajos, que temen, si reclaman, en ser los próximos en perderlos. Ese temor, hace que se profundice la precariedad laboral. Las horas que se trabajan son más; los salarios son iguales o más bajos aún.

Además, es claro, que a diferencia de las Pequeñas y Medianas Empresas (Pymes), en donde el empleador mantiene un contacto directo con el empleado, tanto sea en las grandes empresas multinacionales o en las que dependen del Estado, el trabajador pasa definitivamente a ser un número. Quedó demostrado. Conocieron que eran despedidos por papeles pegados en las porterías o por llamados telefónicos.

Alguien opinó, en la parte inferior de un escrito en la red social Facebook, en donde se planteaba la situación económica: «Yo no sufrí hasta ahora ningún perjuicio».

Otros, que antes opinaban, ya no lo hacen. Eligieron el silencio o la indiferencia.

Eso es precisamente la falta de empatía que, en su momento, puede convertirse en la propia trampa de quienes carecen de la misma, cuando ellos sean los afectados.

Fuente : 3rionoticias.com

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